Las necesidades especiales no terminan de entrar en las aulas

Dislexia, trastornos por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), síndrome de Down, trastornos del Espectro del Autismo (TEA), discapacidades auditivas, motoras o visuales… Hablar de necesidades especiales en el aula es hacerlo de un amplio abanico de estudiantes que demandan un apoyo específico garantizado tanto desde la Convención Internacional de Naciones Unidas sobre derechos de las personas con discapacidad como de la propia Constitución Española, en su artículo 27, y a través de normas específicas como la Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social. Sin embargo, la forma en que se observan esos derechos varía mucho dependiendo de cada Comunidad Autónoma y de los recursos que dediquen a ello las diferentes administraciones implicadas.

“La sociedad no está preparada para atender a la diversidad, y por tanto es muy difícil que su sistema educativo lo esté. Hay un vacío muy grande en la formación de los profesores… Un profesor universitario tiene un dominio muy específico de un área de conocimiento, pero no sobre didáctica, metodología, psicología o antropología”, sostiene Sonia Escorial, responsable de la Unidad de Atención a la Diversidad de la Universidad Europea. Según un reciente informe de Comisiones Obreras, por ejemplo, el 72 % de los alumnos con necesidades especiales en la Comunidad de Madrid están desatendidos debido a la falta de especialistas.

La dotación de las aulas específicas también cambia según su ubicación geográfica: si en Madrid han de tener un maestro de pedagogía terapéutica (PT) y un técnico auxiliar formado como integrador social, la Consejería de Educación de Murcia no fija una formación específica para el auxiliar, y ha de contar con un PT y un especialista en Audición y Lenguaje (AL).

Un apoyo desigual según la edad

Más del 75 % de los estudiantes con necesidades específicas de apoyo educativo están en un entorno inclusivo, según datos de la Comisión Europea. “Sin embargo, según se van cumpliendo etapas escolares, los apoyos que van recibiendo no son suficientes, y eso hace que no sea una inclusión real, porque al final pasan más tiempo en el aula específica que en la ordinaria que les corresponde”, explica Blanca Sáenz, fundadora de Abascool, centro de formación superior especializado en autismo. Este es precisamente el trastorno infantil con mayor prevalencia en la actualidad, ya que afecta a uno de cada 100 nacimientos, según las estadísticas europeas.

Autismo, síndrome de Down, parálisis cerebral… Las necesidades son múltiples y no parece que sus necesidades lleguen a estar cubiertas. “Se trata de alumnos que necesitan atención personalizada, una adaptación curricular y una gestión de los problemas conductuales que puedan favorecer la inclusión en la clase”, añade Sáenz. Una adaptación que abarca cambios tanto en los objetivos y los contenidos de las asignaturas como en su metodología y evaluación, de manera que se ajusten a las circunstancias específicas de cada alumno. Sin embargo, la Estrategia Española en Trastornos del Espectro del Autismo, elaborada en 2015, está pendiente de un plan de acción que aún no se ha publicado.

La principal dificultad de los alumnos con un TEA tiene que ver con la comunicación e interacción social, por un lado, y las alteraciones de conducta, por otro. “El TEA es muy amplio, porque incluso en alumnos con un mismo diagnóstico encontraremos necesidades muy diferentes, desde niños que simplemente no son capaces de entender la ironía, el humor o la mecánica de un juego a otros que no pueden expresar lo que necesitan, no comprenden lo que se les dice y no son capaces de realizar ninguna acción de forma independiente”, argumenta José Alberto Monseco, psicólogo y director académico de Abascool. Puesto que la intervención es más eficaz cuanto más temprana y más intensiva, las etapas infantil y primaria se convierten en esenciales, porque servirán para establecer las bases de lo que aprenderán en el futuro.

El máster ofrecido por esta escuela (un título de la Universidad Complutense de Madrid dirigido a graduados de carreras como Psicología, Magisterio, Pedagogía, Logopedia o Psicopedagogía, entre otras) se basa en el Análisis de Conducta Aplicado (ABA, por sus siglas en inglés); un tipo de terapias que trata de identificar las conductas socialmente relevantes y significativas, reforzar las conductas que se desea mantener y enseñar conductas sustitutivas y socialmente aceptables para aquellas que se quieren eliminar. A pesar de estar recomendadas tanto por la Organización Mundial de la Salud como por el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, no se financian a través de las coberturas públicas. “Por eso, si alguien quiere acceder a este tipo de tratamiento para sus hijos ha de pagarlo de su bolsillo, algo que es muy costoso, al tratarse de un tratamiento personalizado”, denuncia Monseco.

Apoyo logopédico para el Síndrome de Down

Aunque, de nuevo, cada caso es diferente y tiene sus propias necesidades, los estudiantes con síndrome de Down suelen exigir apoyo logopédico al menos en Infantil y Primaria, ya que las dificultades para hablar correctamente hacen necesarios ejercicios de pronunciación y respiración. “En Secundaria hay menos apoyo, aunque siga siendo necesario”, reclama Mateo San Segundo, presidente de Down España. “Se trata de alumnos que requieren que muchas cosas se adapten a sus necesidades: explicaciones más cortas o lentas, que haya más de un profesor en el aula o que se trabaje en grupo, cooperativamente, para apoyarse unos a otros”, añade.

Para San Segundo, esas metodologías más participativas no solo benefician a los alumnos con síndrome de Down, sino también al resto de compañeros, y reconoce ciertos límites en el sistema actual: “La teoría de la inclusión educativa es mucho más complicada en la práctica. Cuando como profesor tienes 25 alumnos, dos con necesidades especiales y otros tres que a lo mejor no lo son, pero también necesitan apoyo, es difícil. Pero si la escuela no puede llegar a todos, entonces hay que cambiar el paradigma de la educación”, sostiene San Segundo. “Debería haber un profesor de apoyo en el aula, y eso puede hacerse con una mejor distribución del tiempo. En muchos colegios ya lo han cambiado, y hay docentes que dedican parte de su tiempo libre a ayudar a otros profesores”. No es el niño quien se ha de adaptar al centro, sino al revés, para que este pueda desarrollar adecuadamente sus capacidades sin dejar de convivir con el resto de los estudiantes.

Pérdida de talento en la universidad

“Nuestro sistema educativo expulsa a mucha gente que se sale de la norma, por lo que el porcentaje que llega a la universidad es muy reducido. Hay una pérdida de talento, porque el sistema les manda por caminos alternos como la FP o los centros específicos de empleo, y como consecuencia de estas barreras no pueden acceder a determinados tipos de trabajo que requieren una formación superior y no técnica”, reflexiona Escorial. Aunque la mayoría de los alumnos con necesidades especiales que llegan a la Universidad Europea responden a trastornos específicos de aprendizaje como la dislexia o el TDAH, aproximadamente un 10 % de ellos son estudiantes con TEA u otros tipos de discapacidad auditiva, motora o visual.

Los alumnos con dislexia llegan a menudo con un cierto bagaje emocional, provocado por experiencias previas de bullying. Tienen un déficit en la memoria a corto plazo, que es la memoria del trabajo, y que muchas veces no ha sido tratado con anterioridad”, añade Escorial. Les cuesta memorizar el contenido, y por ello se les enseña a estudiar utilizando su cerebro de una forma más eficaz, a menudo por medio de estrategias visuales como los mapas conceptuales para poder asimilar mejor el contenido.

Los alumnos que llegan a la Unidad de Atención a la Diversidad que dirige Escorial reciben una atención personalizada que pretende identificar no solo las necesidades de cada estudiante, a través de pruebas objetivas y estandarizadas, sino también lo que pueden aportar. “Se trata de ver lo que podemos hacer para que las asignaturas sean más accesibles, no solo para esa persona con una necesidad concreta, sino para todos los alumnos; que la programación se cree pensando en todos”. Antes de cada clase, el profesor sube al campus virtual la documentación necesaria, de manera que los estudiantes ya no tienen que elegir entre escuchar al profesor o tomar apuntes literales, y pueden centrarse en tomar notas importantes y más específicas. Y, por último, se les recomienda que pidan tutorías didácticas, “a donde vayan con dudas muy concretas que les ayuden a tener un aprendizaje más significativo”, finaliza Escorial.

Fuente: www.elpais.com

 

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