Se hunde la población universitaria ¿Qué haremos cuando estén las aulas vacías?

España tiene un serio problema demográfico. Lo sabemos desde hace tiempo, aunque las universidades todavía parecen ajenas a esta preocupante realidad. «No son o no quieren ser conscientes del fenómeno brutal del envejecimiento de la población», asegura José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra, quien además se muestra muy escéptico sobre la capacidad de las instituciones académicas a la hora de reaccionar ante la drástica pérdida de alumnos que se avecina.

«El descenso del número de nacimientos viene de lejos, porque ya a finales de los 80 España era el país con la natalidad más baja del mundo, prácticamente un hijo. Luego se recuperó un poco pero la pirámide de población vuelve a presentar una situación dramática a medio plazo», advierte García Montalvo, quien precisamente participará la próxima semana en el Nobel Prize Dialogue Madrid 2019, un evento organizado en la Fundación Ramón Areces para hablar de El futuro del envejecimiento.

Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) barruntan un incierto futuro: en 1998 había en España 3,3 millones de personas de entre 20 y 24 años. En 2018, la cifra había caído hasta los 2,2 millones. En solo 20 años perdimos más de un millón de jóvenes en este tramo de edad. Y las expectativas tampoco resultan muy alentadoras. Los años anteriores a la crisis dieron un respiro a las maltrechas estadísticas poblacionales y en 2008 la cifra de nacimientos alcanzó el pico de casi 520.000 pero, a partir de entonces, se volvieron a desplomar hasta los poco más de 393.000 de 2017.

Con estos mimbres, ¿hasta cuándo podrá aguantar el sistema actual? ¿Corremos el riesgo de que haya que cerrar titulaciones y universidades en el futuro? Para García Montalvo, «esa sería la lógica en cualquier sitio donde el dinero público se pueda utilizar de manera eficaz pero resulta impensable con la actual organización y gobernanza universitaria». Francesc Solé Parellada, videpresidente de la Fundación CyD, señala, por su parte, que en toda Europa se ha producido una integración de universidades y cierre de titulaciones, aunque defiende que «gran parte de los problemas se resolverían con una mayor capacidad de gestión por parte de los equipos rectorales».

García Montalvo explica que «hay menos jóvenes pero, al igual que ocurre en otros países desarrollados, la proporción de los que acaban en la universidad ha aumentado y por eso no se ha notado tanto la caída demográfica«. Así, si en el pasado el porcentaje era de en torno a uno de cada cuatro jóvenes de 20 a 24 años, ahora prácticamente asciende a dos de cada cinco. Exactamente un 38,5% en 2016, según la CRUE. Y todavía habría margen para crecer, apunta Solé Parellada, ya que en algunos países la proporción llega al 60%, lo que podría dar un respiro a la demanda de estudios. No obstante, alcanzar esas cifras dependerá de otras variables, recuerda, como la percepción de la utilidad de la universidad, el precio de las matrículas o el acceso a alternativas tales como el trabajo y la FP.

Para Francisco Marcellán, catedrático de Matemáticas de la Universidad Carlos III de Madrid, la caída de la natalidad no solo afecta a cada institución sino que es una cuestión de Estado. «¿Qué políticas se van a implementar para rejuvenecer el país si no hay un diseño de posibilidades de trabajo a medio y largo plazo para que los jóvenes no emigren o encuentren empleos por debajo de su cualificación?», se pregunta.

La falta de estudiantes resulta especialmente alarmante en algunas de las llamadas titulaciones STEM y ha provocado una caída de las notas de corte en titulaciones que hasta hace poco daban paso a los mejores alumnos, con la consecuencia de que ahora se admite a expedientes muy justos y eso es perjudicial porque, subraya García Montalvo, desciende el nivel de los alumnos. «Con un 11,5 en algunas titulaciones ya nos parecen flojos así que con un 5 no me lo puedo ni imaginar».

El caso es que en 1985 había cerca de 855.000 alumnos matriculados en la universidad. En la actualidad rondan los 1,5 millones, lo que también ha dado lugar a una mayor proliferación de universidades por toda la geografía española. En el curso 2011-2012 hablábamos de 80. Ahora, la autorización de tres nuevos campus en Madrid elevará el número a 87, de ellas 50 públicas y 37 privadas. De media, tocan a unos 17.000 estudiantes por cada una pero, teniendo en cuenta que las madrileñas y las catalanas atraen al mayor número de estudiantes de otras comunidades autónomas, ¿qué futuro le espera a las instituciones de zonas con mayor crisis demográfica?

«Habrá zonas más afectadas que otras», puntualiza Parellada, ya que, a pesar de que los jóvenes tienden a cursar el grado cerca de casa, luego salen a hacer los másteres fuera. «Tenemos un modelo de universidad pegado a la provincia», coincide Antonio Villar, catedrático de la UPO e investigador del IVIE, quien sugiere que estas instituciones, a medio o largo plazo, «tendrán que hacer algo diferente que tenga sentido en su región, entender que no todas son capaces de hacer de todo».

Solé Parellada considera que «cada universidad deberá estar atenta si quiere conservar la matrícula y resistir ante la competencia, en la que también cuenta la enseñanza no presencial, que cada día será mejor». Por ello, cabe esperar que en pocos años haya instituciones que sufran una caída en las matriculaciones más intensa de lo que esperaba. «Nadie sabe qué ocurrirá, pero lo que sí es verdad es que las universidades necesitan políticas que mejoren su capacidad de reacción y gestión para tomar las medidas necesarias. No se pueden dormir». Y todo eso se debe acompañar de una mejora de la enseñanzas, la reputación y la empleabilidad.

La oferta de títulos de Grado alcanzaba un total de 2.637 para 1,26 millones de estudiantes en 2015, según los datos del Ministerio, y la de másteres se ha disparado desde los 829 de 2007 a los más de 3.600 de la actualidad, con una comunidad de alumnos que ha pasado de cifras cercanas a los 35.000 hasta los algo más de 205.000. Todo en un sistema universitario que parece haber tomado unas dimensiones estratosféricas en los últimos años: 343 campus, más de mil centros, cerca de 3.000 departamentos.

Sin embargo, para Villar hay cuestiones más perentorias que la caída de la natalidad, como puede ser la oferta disparada de títulos de Grado: «Muchos tienen pocos estudiantes, notas de corte de cinco, lo que quiere decir que no atraen a los buenos y además la financiación depende de la demanda». La alternativa, a su juicio, sería hacer «una apuesta decidida por la calidad de la formación más que por la cantidad», aunque sea éste «un tema antipático para los Gobiernos autonómicos y para los equipos de gobierno de las universidades».

El catedrático defiende una política inteligente que incluya la internacionalización de estudiantes y profesores (el 75% de los docentes han hecho la tesis en la misma universidad en la que han estudiado) y una mayor dotación de becas para favorecer la movilidad porque, asegura, «de poco sirve poner el foco en la comunidad internacional cuando aún no hemos resuelto la movilidad de nuestros propios alumnos». Pero la búsqueda de jóvenes procedentes de otros países discurre en una carrera en la que compiten las mejores universidades de todo el mundo y en la que las españolas no tienen exactamente las de ganar, dadas las trabas a la movilidad y la escasa capacidad de atracción del talento demostrada hasta el momento.

García Montalvo lamenta que «las universidades públicas no son competitivas en el terreno de la internacionalización, aunque quisieran tienen muchísimos problemas». A nivel de alumnos, incluso las que pueden competir encuentran todo tipo de inconvenientes, como las reticencias de las administraciones autonómicas a sufragar los estudios, aunque paguen el coste completo de la matrícula. «Tenemos solicitudes pero no podemos aceptar a nadie. Es incomprensible», relata.

Y el problema no solo se extiende a la comunidad de estudiantes, sino a la del personal docente e investigador, con españoles que buscan oportunidades en universidades más atractivas y extranjeros con una entrada muy residual en nuestros centros. «La cultura muy endogámica y las trabas administrativas hacen que la internacionalización del profesorado en el caso de las universidades públicas sea prácticamente insignificante«, explica en este sentido Marcellán.

El que fuera secretario general de Política Científica en el Ministerio de Educación y Ciencia ha participado en la elaboración del estudio sobre Demografía Universitaria Española, publicado por Studia XXI, que evidencia un aumento de la edad media de los profesores funcionarios de 49 a 52 años y de los profesores contratados, de 42 a 45 años. «Precariedad, inestabilidad y salarios que no invitan a apostar por una carrera académica son palabras clave en este contexto», precisa.

Para revertir este envejecimiento de las plantillas, Marcellán defiende una planificación que tenga en cuenta las necesidades reales de las universidades y en la que «la vía de la internacionalización sea potenciada de manera estratégica. En los modelos anglosajones de educación superior, el número de solicitantes por plaza es un importante indicador de la calidad e imagen de una universidad», añade. «Es la internacionalización la que puede generar un cambio necesario, aunque para ello hay que corregir las trabas a la movilidad, las dinámicas de acreditación del profesorado o las condiciones de precariedad laboral».

Fuente: www.elmundo.es

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