¿Qué necesitamos para ser profesores de español?
La del profesor de español es una profesión marcada por los grandes titulares. Así, mientras un día se publica que en Francia se necesitan urgentemente 1.000 docentes para impartir castellano, al siguiente se lee que en Reino Unido el español está a punto de desbancar al francés como la lengua extranjera más estudiada. La demanda de docentes crece en todo el mundo al mismo ritmo que aumenta el número de estudiantes. Sobre el papel, parece el plan ideal. Si uno es nativo y además quiere viajar y vivir en el extranjero, la suma es obvia. Pero la realidad es muy diferente: dar clase de español no es lo mismo que saber español y para convertirse en profesor hace falta un entrenamiento específico y, sobre todo, práctico.
El español se disputa con el francés y el chino mandarín el segundo puesto en el ranking de las lenguas extranjeras más estudiadas, por detrás del inglés. Hay casi 22 millones de aprendices del idioma en 107 países, según el anuario El español en el mundo 2018, que elabora el Instituto Cervantes. La demanda ha crecido casi un 11% con respecto a 2014 y es especialmente fuerte en los países anglosajones. En Estados Unidos es el idioma más estudiado en todos los niveles de enseñanza, mientras que en Reino Unido, el British Council lo ha calificado como la lengua del futuro. El estudio del Cervantes no contabiliza apenas la enseñanza privada, por lo que la propia institución estima que el número de estudiantes puede ser un 25% mayor.
Pero entre tanta cifra mareante, que pinta un panorama muy prometedor para hacer carrera en esto, emerge uno de los grandes mitos en torno a la figura del profesor de español: el de que con ser nativo basta. En la escuela de idiomas International House, en el centro de Madrid, seis alumnos acaban de comprobar lo erróneo de esa afirmación. Estudian un curso de especialización para convertirse en docentes de español y, desde la primera semana, ya les ha tocado enfrentarse a un aula real repleta de alumnos extranjeros. “Creía que se trataba solo de estudiar un temario y perder el miedo a hablar en público”, cuenta Rubén, uno de los aspirantes a profesor. “Pero es mucho más difícil que eso”.
“Creer que por ser nativo puedes dar clase es como pensar que puedes ser cocinero porque comes cada día”, resume Francisco Herrera, director de formación en ELE —el acrónimo para referirse a la enseñanza de español como lengua extranjera— de International House, centro que lleva tres décadas entrenando a profesores. “No es así. Tienes que entender cómo funciona el idioma, analizarlo y comprender cómo se adquiere una segunda lengua… que no tiene que ver con cómo se adquieren otras materias o incluso una primera lengua”.
La figura del docente de español, que comenzó a profesionalizarse en los años setenta y ochenta, es relativamente reciente si se compara con idiomas con tanta tradición de enseñanza como el inglés. “A pesar de que es importantísima, a veces se toma como la hermana menor de la lingüística o la pedagogía”, lamenta Mar Galindo, profesora de lingüística en la Universidad de Alicante. A ello se le une que no hay un grado universitario específico. “Hay poca conciencia de que esto es una profesión que requiere una formación específica. Parece que por no haber un grado, cualquiera puede hacerlo”, critica María Méndez, docente en la misma universidad, que junto con Galindo ha elaborado un atlas sobre la enseñanza de español en el mundo.
No hay un título universitario específico, pero tampoco una acreditación oficial comúnmente aceptada en cualquier punto del planeta. Aunque el Instituto Cervantes ha lanzado este curso un diploma docente que pretende llenar ese vacío, de momento los requisitos para impartir clase dependen de cada institución. Y aquí, el abanico es infinito. Universidades, colegios, institutos, academias, empresas. En Europa, Norteamérica, Asia, Oceanía. El estándar común es, sin embargo, que se exija una titulación universitaria y una formación específica en ELE. En el caso de las universidades, ese entrenamiento tiene que consistir en un máster y un doctorado. Y si se quiere trabajar en la enseñanza de primaria y secundaria, es posible que se requiera un máster habilitante para dar clase, como ocurre en España.
El cuerpo de profesores de español se ha nutrido tradicionalmente de titulados en filologías o carreras afines, como traducción. Pero con la crisis económica, el interés por la profesión experimentó un boom. Al calor de los titulares llenos de cifras sobre la demanda de profesores aquí y allá, muchos vieron en ella una salida aparentemente fácil y rápida. “A veces decimos, medio en broma y medio en serio, que programas de televisión como Españoles por el mundo nos han hecho daño”, señala Vicenta González, una de las coordinadoras del máster en ELE de la Universidad de Barcelona (UB).
Ese interés desmedido parece haberse estabilizado, de vuelta a los niveles normales de una profesión que combina vocación con emoción para enseñar la lengua y la cultura propias a alumnos por todo el planeta. ¿Pero qué hay que estudiar para dedicarse a ello? La oferta formativa se divide entre cursos y másteres. Hay unos 30 posgrados de especialización en España, según el recuento del Instituto Cervantes. Y en el apartado de cursos, la oferta es vastísima: programas cortos o largos, con o sin prácticas, presenciales u online…
Bajo esta última modalidad ha creado una academia virtual Inés Ruiz, traductora y profesora de español que ha dado clases en la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, y ahora reconvertida a emprendedora en Georgia, Estados Unidos, desde donde dirige ELEInternacional. “Lo primero que tienes que ver es a qué país te quieres ir y a qué nivel quieres dar clase: niños, adolescentes o adultos. Después, saber qué se pide y entonces formarte específicamente para ello”, aconseja.
¿Cuál es el itinerario más recomendable? “Lo ideal es haber estudiado Filología Hispánica o Lingüística Aplicada y reforzar esos conocimientos con un máster de ELE”, señala Carmen Pastor, subdirectora académica del Instituto Cervantes, que en su red de centros —87 en 44 países— admite también a titulados, por ejemplo, en pedagogía o traducción. La institución tiene su propio programa de cursos y colabora con dos posgrados oficiales, el de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y el de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Los centros de enseñanza de español que hay en España (universidades, escuelas oficiales de idiomas, academias…), las plantillas están consolidadas y los pocos huecos que se abren suelen ser temporales, en un sector sujeto a la estacionalidad y en el que, cada vez más, muchas academias privadas potencian el turismo de idiomas. Además, la profesión aquí es precaria. A los sueldos bajos y la temporalidad, se une cierta confusión de conceptos. “Hay academias de verano, sobre todo en zonas turísticas, en las que lo que quieren son más animadores culturales que profesores”, señala Mar Galindo, de la Universidad de Alicante. “Algunas condiciones son abusivas: tienes que comprometerte a irte de cena con los alumnos o incluso a alojarles en tu casa”.
“Si se quiere ganar un sueldo decente, la proyección es en el extranjero. A nuestros alumnos les decimos que su futuro no está aquí”, asegura Joan-Tomàs Pujolà, coordinador también del máster de la UB. Tras Estados Unidos, con ocho millones de estudiantes, Brasil (seis) y Francia (dos y medio) completan el podio de los países con mayor número de alumnos de español, según el anuario del Instituto Cervantes.
Y mientras en Europa hay mercados ya maduros, como el alemán, el francés, y el británico, en Asia empieza a despertar el interés por el español. En Nueva Delhi, Manila y Pekín, por ejemplo, los centros del Instituto Cervantes no hacen más que crecer en alumnado, explica Carmen Pastor. Para abrir el primer hueco, Francisco Herrera, de International House, aconseja caminar por senderos poco transitados. “Lo recomendable es que, al principio, no intenten ir a los sitios más demandados, como Londres, Berlín o París. Es mejor que se fijen en ciudades medias y contextos no tan formales como academias privadas, centros para adultos, centros comunitarios… ahí es donde la mayoría empieza a trabajar”.
Fuente: www.elpais.com