¿Jornada escolar continua o partida? Una huida hacia delante

Fue en Canarias, a finales de los años ochenta y por iniciativa del profesorado, cuando comenzó en España la jornada intensiva o de mañana en las escuelas públicas. Desde entonces se ha ido extendiendo y generalizando, y con ello ha traído un debate que se reabre indefectiblemente con cada regreso vacacional: ¿es mejor la jornada intensiva o la jornada partida, con una pausa para comer?

Este texto incluirá datos sobre rendimiento, atención, bienestar o conciliación, pero si quiere un resumen, es este: aunque no haya mucha investigación concluyente, los datos disponibles nos dicen que “la jornada escolar matinal no contribuye a mejorar el rendimiento académico y el bienestar del alumnado. Tampoco favorece la conciliación de las familias, ya que supone enormes costes económicos y sociales”.

Así resumió la disyuntiva, durante un encuentro organizado por el Science Media Centre España, Marta Ferrero, profesora y vicedecana de investigación y transferencia en la facultad de Formación de Profesorado y Educación de la Universidad Autónoma de Madrid (y maestra y orientadora con anterioridad). Sin embargo, el avance de la jornada intensiva luce imparable. 

Aunque no existen datos oficiales, una petición de la web Maldita.es a las Comunidades reveló que, de entre aquellas que contestaron, el 81% de las escuelas públicas de infantil o primaria tienen jornada intensiva. En las privadas/concertadas, el dato es especular: el 77% la tienen partida, una imagen en espejo que puede contribuir a la segregación por clase social, al ser las familias de mayor nivel socioeconómico quienes tienen la capacidad elegir el tipo de jornada. Pero, ¿qué sabemos sobre ambas?

Dato no siempre mata relato

La realidad es que no hay demasiados estudios y, los que hay, no son particularmente robustos. La realidad es también que la inmensa mayoría apuntan en la misma dirección. Si hablamos de rendimiento, una investigación hecha en Galicia encontró que el fracaso escolar era entre un 10 y un 20% superior en escuelas con jornada continua. En Andalucía, la proporción de alumnos sin problemas en ninguna materia era mayor en la jornada partida. En Madrid, los resultados eran también sucesivamente mejores con la jornada partida y, si se tienen en cuenta los informes PISA, un informe de la fundación Bofill resume que la jornada intensiva “no parece haber dado una respuesta satisfactoria a las expectativas de mejora del rendimiento escolar”. Cuando se intentó ver si las diferencias tenían que ver con el nivel socioeconómico de las familias, se observó que las ventajas de la jornada partida se concentraban en el alumnado de clase media y de clase baja, justamente quienes acuden en mayor proporción a la escuela pública.

Si hablamos de atención y fatiga, aunque los ciclos y los patrones varían según la edad, en general el pico de mayor cansancio se da al final de la jornada intensiva. “La curva general de atención se acerca a la organización de la jornada partida y, desde luego, no se ajusta a la continua”, resume Ferrero.

Más evidente aún es el patrón de sueño desplazado y retrasado de los adolescentes, quienes en cambio tienen una jornada intensiva generalizada en toda España, muchas veces con una hora de entrada que se acerca a las 8 de la mañana. De sus horarios quizá se hable menos porque afectan menos a la conciliación familiar, pero “habría que prestarles una atención especial”, recalca Ferrero. Daniel Gabaldón, sociólogo educativo y profesor de Sociología de la Educación en la Universidad de Valencia, también presente en el encuentro, tiene claro que “a la secundaria le conviene la jornada partida. Y si tiene que ser intensiva, que sea vespertina”.

Si hablamos de bienestar, el consenso entre los estudios de muchos países es que, cuando la escuela es a tiempo completo, no solo se asocia con un mayor rendimiento, también se observan mejoras en indicadores socioemocionales y de comportamiento, sobre todo y de nuevo en hogares con niveles de renta más bajos. Además, comer en la escuela favorece una mejor alimentación en el alumnado de estas familias. Sin embargo, la realidad vuelve a ser especular: según Save the Children, hay más disponibilidad y es mayor el uso del comedor escolar en escuelas concertadas y privadas.

Si hablamos de conciliación, los roles de género siguen haciendo que los cuidados sean siendo mayoritariamente responsabilidad de las mujeres. Un informe de la institución Esade estimó que la jornada intensiva implica una pérdida de unos 8.000 millones de euros de ingresos para las familias cada año: dos terceras partes recaen en ellas.

La pregunta inevitable es: si estos son los datos, ¿de dónde vienen las supuestas ventajas de la jornada continua? ¿Por qué no deja, año a año, de extenderse?

Una decisión sin aparente vuelta atrás

El cambio de jornada suele nacer a iniciativa del claustro de profesores de cada escuela, explica Ferrero, y luego ha de ser aprobado por mayoría, también por las familias. El profesorado puede estar interesado a priori en el cambio, porque la jornada intensiva favorece su conciliación, pero en las encuestas suelen afirmar escogerla por considerarla beneficiosa para el alumnado. “En ningún caso creo que mientan”, afirma Ferrero, “pero su experiencia está irremediablemente sesgada por ser ellos una parte implicada. Los estudios científicos van en otra dirección”, explica.

Ferrero reconoce que en los procesos de votación tienen lugar prácticas criticables y que se comparte información incompleta y sesgada a favor de la jornada continua. Y “la decisión del cambio es irrevocable en la práctica”. Gabaldón es particularmente contundente, también con las autoridades: “Debería establecerse una moratoria y deberían exigirse los informes y las evaluaciones que las consejerías se comprometieron a hacer. Los estudios de que disponemos indican que la jornada continua puede estar perjudicando la salud y el aprendizaje de los niños. Si esto se confirma con más datos, deberíamos revertirla. Sin embargo, las autoridades se están lavando las manos”.

Una de las razones esgrimidas por las familias partidarias de la continua es que la escuela no debe ser un aparcamiento infantil, y reclaman la posibilidad de pasar más tiempo con sus hijas e hijos. “Es lógico”, reconoce Gabaldón, “ninguno diríamos lo contrario”. La realidad, según un estudio reciente de su grupo de investigación, es que la jornada continua incrementa en apenas “dos minutos de media al día el tiempo de calidad en familia y aumenta notablemente el tiempo que el alumnado dedica a ver la televisión”, afirma el sociólogo. En palabras del catedrático de Sociología Mariano Fernández Enguita, “la mejora de la vida familiar se da si, y solo si, existen las condiciones previas. Es decir, si hay una familia esperando”.

Una solución intermedia que plantean algunas familias es la de ofrecer una jornada intensiva, pero complementada con una oferta asequible y voluntaria de comedor y extraescolares. Esto igualaría el tiempo en la escuela con la jornada partida y ampliaría la libertad de elección. Y ese era el planteamiento inicial, de hecho. Pero no se ha cumplido en la práctica. Ambos servicios disminuyen en uso y en oferta con el tiempo cuando se impone la jornada continua. Por ejemplo, un informe de la Comunidad Valenciana observó que el uso del comedor bajó más de un 30% en los centros al año siguiente de aplicar la jornada continua.

Si miramos hacia afuera, existe la creencia generalizada de que la jornada intensiva es la más común en Europa. Sin embargo, y aunque existen diferentes estructuras de horarios, es en realidad muy minoritaria. De hecho, ahora mismo “España es una anomalía”, según Ferrero.

Un informe reciente de la OCDE insta a España a “seguir el ejemplo de países como Dinamarca y Portugal, que han adoptado sistemas flexibles de jornada completa (…). Se ha demostrado que pasar más tiempo en el centro educativo permite elevar las tasas de graduación y mejorar el aprendizaje y los indicadores sociales y conductuales”.

El resumen inicial parece servir también para la conclusión.

Fuente: www.heraldo.es

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