El «efecto covid-19» impacta de lleno en la educación
Ha sido tal la magnitud del impacto que la crisis sanitaria del coronavirus ha generado en la comunidad educativa que ya tiene hasta nombre. Mientras unos lo denominan el ‘efecto covid’ en la educación –en alusión al caótico ‘efecto mariposa’, según el cual el aleteo de un insecto en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York–; otros hablan ya, incluso, de la ‘era poscovid-19’. Denominaciones al margen, el cierre de los centros educativos en todo el país, el pasado 12 de marzo, y la posterior declaración del estado de alarma, con el obligado confinamiento de nueve millones de estudiantes de todos los niveles en España, han dejado al descubierto las fortalezas y debilidades de un sistema educativo, que, improvisadamente, se ha visto obligado a reinventarse, al tener que continuar con la formación a distancia de todos sus alumnos desde sus casas.
Tras más de dos largos meses de odisea, y descartada la vuelta a la actividad lectiva presencial este curso –se terminará de manera telemática–, por las exigentes y rígidas medidas preventivas que eviten nuevos contagios y rebrotes –así lo dispuso en Aragón el consejero de Educación, Felipe Faci, el pasado 14 de mayo–, el Gobierno de la nación y las comunidades autónomas trabajan ya en el diseño de nuevos planes para que el curso arranque en septiembre, si la evolución de la pandemia lo permite. Un curso que se antoja, cuanto menos, paradigmático, ya que, al parecer, traerá de la mano un nuevo modelo educativo mixto ‘online’ y presencial –clases por turnos de mañana y tarde, o en días o semanas alternos, y trabajo en casa la otra parte del tiempo– y con 15 alumnos por aula, prácticamente la mitad, para garantizar la distancia física. Y, en esto último, la ministra de Educación, Isabel Celaá ha sido tajante en sus últimas declaraciones realizadas a los medios: «Si no hay vacuna, los colegios tendrán la mitad del alumnado en las aulas».
Este nuevo panorama que se avecina ha sembrado todavía una mayor incertidumbre en la comunidad educativa aragonesa, que ya ha superado, y con creces, la prueba de fuego impuesta por el confinamiento: compatibilizar la educación ‘online’ de los chavales con la vida laboral de los padres, muchos de ellos, agobiados por la tiranía del teletrabajo, y que, de momento, solo tienen dudas y muchas, demasiadas, preguntas sin respuesta.
Una escuela digital y emocional
En los últimos días ya han aparecido estudios –como el llevado a cabo por el grupo de investigación Educaviva del Gobierno de Aragón, del que forma parte la profesora titular y vicedecana de Innovación, Investigación y Comunicación de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza, Alejandra Cortés–, que ponen de manifiesto el incremento de nivel de ansiedad que han sufrido familias, estudiantes y docentes, y cómo los padres demandan un mayor acompañamiento emocional para sus hijos, más «empantallados» que nunca, lo que se traduce en «menos interacción social y problemas de comunicación». «También hemos apreciado –añade Cortés– que las desigualdades entre alumnos se acentúan y que, los que van bien, académicamente, se aceleran, aunque me pregunto si los niños con altas capacidades, por ejemplo, han sido atendidos estos días».
Pero, y a pesar del esfuerzo realizado por instituciones y docentes para llegar a todos los alumnos, para que ninguno se quede atrás –entrega de ordenadores, atención psicopedagógica y emocional a través de videollamadas…–, la educación a distancia pone en peligro el efecto igualador de la escuela, no solo a nivel académico, afirma la vicedecana, que apuesta por una «escuela, poscovid», que integre «de manera más natural lo digital, sin olvidar el contacto con lo analógico y presencial». «Hablamos –continúa– de una escuela diseñada para una sociedad digital y emocional».
En la misma dirección circulan las teorías de Martín Pinos, maestro y asesor del Centro de Innovación y Formación Educativa Juan de Lanuza de Zaragoza, y experto en aprendizaje basado en la neurociencia, la emoción y el pensamiento, al afirmar que «genéticamente, el ser humano está diseñado para comunicarse cara a cara» y que con la teleformación, los elementos paralingüísticos que rodean el mensaje, los pequeños gestos, se pierden –se malogra hasta un 60% de la comunicación–. A lo que cabe añadir que «Las pantallas acortan los tiempos de atención ejecutiva», por no mencionar que «en esos contextos ‘online’ –afirma–, se inhibe la participación –lo hemos constatado estos días con las videoconferencias– y que los ruidos que se generan también alteran los procesos de aprendizaje». «Somos seres sociales y el aprendizaje es social; y lo social implica interacción física», añade.
Por eso, Pinos insiste tanto en que el distanciamiento que marca esta pandemia «debe ser corporal», impuesto por una cuestión sanitaria, «y no social, porque si algo necesitamos los seres humanos es, precisamente, el vínculo y el apego». Factores emocionales imprescindibles, en el siempre complejo proceso enseñanza-aprendizaje, para Toñi Morcillo, maestra del CEIP Josefa Amar y Borbón de Zaragoza, coordinadora del programa TEI Aragón contra el acoso escolar y miembro de la junta directiva de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. Para la docente, «sin emoción no hay aprendizaje; y la emoción no la puede transmitir ni suplir la tecnología. Además, la formación ‘online’ hará que nuestros alumnos sean más individualistas de lo que ya son». Según Morcillo, durante el periodo de confinamiento, el cibercacoso se ha incrementado en un 10%, a pesar de que haya significado un «auténtico respiro» para los alumnos que sufren acoso escolar en sus centros. «¡Hay niños que no quieren oír hablar de volver a la escuela!», exclama.
Para la maestra y psicopedagoga, la modalidad mixta o semipresencial de enseñanza que baraja el Gobierno no es una buena solución para el alumnado de los primeros ciclos de primaria, «ya que no tiene las destrezas ni las estrategias adecuadas para el correcto uso de las herramientas digitales. A partir de los diez años –matiza–, puede ser una solución puntual, acorde a la situación que estamos viviendo». Y, según su criterio, no podemos olvidar que «educar no consiste solo en transmitir conocimientos –estos se pueden adquirir por muchos canales ajenos a escuela–, por lo que el componente emocional y relacional que tiene un aula se esfuma con la educación a través de las pantallas». «El lenguaje no verbal es sumamente importante –concluye–, porque decimos más con lo que expresamos que con las palabras que decimos».
Las TIC, un soporte imprescindible
Sin embargo, y de cara a un futuro muy cercano, nadie vacila ya a la hora de afirmar que, en la escuela del siglo XXI, «las nuevas tecnologías tienen que ser un soporte imprescindible para ofrecer una educación de calidad e inclusiva, en la que tenemos que procurar que nadie se pierda por el camino», como afirma Cristian Ruiz, coordinador TIC del Colegio Juan de Lanuza de Zaragoza. «Lo ocurrido con el cierre de los colegios –apunta– nos cogió por sorpresa a todos, pero ya no hay excusas y tenemos que prepararnos para abordar ese modelo mixto, con una ratio baja de alumnos en clase presencial, en septiembre». Y, según Ruiz, habrá que pararse a reflexionar y analizar «si nuestro colegio está preparado tecnológicamente para asumir este reto, al igual que el alumnado y sus familias, y qué alternativas vamos a ofrecer a aquellos alumnos que no puedan asistir de manera presencial, porque hacer una clase ‘online’ no es hacer una clase presencial con una cámara delante que nos grabe, lo que implica que tendremos que adaptar contenidos y metodologías a esta nueva situación». En opinión del experto, la competencia digital del profesorado, «ha pasado de optativa a necesaria». Y este escenario ‘online’, «nos viene muy bien para que los alumnos desarrollen habilidades que van a ser muy necesarias para su futuro».
Aunque las TIC tienen que ser un apoyo fundamental en el proceso educativo, Ruiz insiste en que es preciso aclarar y recordar el que, como docentes, «debería ser nuestro lema: ‘No digitalicemos lo importante’. Tenemos que ser capaces de crear escenarios tecnológicamente humanizados». Y en que el papel del Departamento de Educación «será vital para paliar las desigualdades de los centros educativos, en cuanto a logística y medios tecnológicos». «Estoy seguro –recalca– de que el Centro Aragonés de Tecnologías para la Educación (Catedu) ya está trabajando en las mejores soluciones posibles para todos los centros aragoneses».
Sobre las desigualdades que genera la tan traída y llevada brecha digital, que afecta ya al 20% del alumnado, sobre todo en la escuela rural aragonesa, sabe mucho Juan Antonio Rodríguez, director del CEIP Ramón y Cajal de Alpartir (Zaragoza) y presidente de la Asociación de Equipos Directivos de Infantil y Primaria de Aragón (Aedipa), para quien «este nuevo modelo mixto va a marcar todavía más las desigualdades entre un tipo de familia y otra, entre una escuela y otra». Para el curso que viene, y pensando en que la situación de confinamiento se pudiera repetir, «deberíamos poder garantizar que todas las familias tengan conectividad, por lo menos para poder utilizar el Whatsapp y comunicarnos con ellas, para saber cómo se encuentran –incluso para detectar el maltrato infantil–, ya no solo para la transmisión de contenidos, porque no todas las familias tienen wifi. ¿Pero quién puede hacer videollamada?», se pregunta el docente.
En Alpartir, se han repartido ordenadores incluso a escolares de secundaria, y se ha contratado una línea de datos, pero «solo la comunicación ha sido digital». Para no marcar las diferencias, durante el confinamiento, y que las tareas pudieran hacerlas todos los alumnos, con la ayuda del Ayuntamiento, el alguacil del pueblo ha repartido materiales, fotocopias, cuadernillos… por las casas, para que todos tuvieran las mismas oportunidades de acceso. «De cara al curso que viene, nos preocupan mucho los más vulnerables, porque en el ámbito rural el tejido social es menos tupido que en las grandes ciudades». «Estamos haciendo un trabajo de trinchera –continúa–, cada uno, con los recursos que tiene, intenta solventar la situación de la mejor manera». «Hemos pensado la escuela en la distancia, pero en analógico». Por eso, insiste en que hay que aspirar no solo a la conectividad, sino también a la competencia digital de alumnos, familiares y profesores. «Esta situación ha sacado lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros: hay docentes –se lamenta– que ni si quiera se han puesto en contacto con sus alumnos».
La vuelta a la normalidad
Si en algo coinciden todos es en que, para garantizar la vuelta a las aulas el próximo mes de septiembre, habrá que dar autonomía a los centros, respetando las medidas sanitarias marcadas por los expertos, y que sean ellos los que ser organicen y decidan, en función de sus necesidades de espacio y tiempo –cada centro educativo es un mundo–, pero dotándolos de los recursos suficientes por parte de la Administración. Y les preocupa de dónde van a salir todos los docentes necesarios para atender ese desdoblamiento de las aulas.
«Cada equipo directivo, con su inspector de referencia –apunta Martín Pinos–, debería analizar la realidad de su centro: espacios libres (bibliotecas, salones de actos, polideportivos…), cupo de profesores, lugares cercanos alternativos para sacar a determinados grupos…, realidades que deben concretarse desde el propio centro, porque existen muchos matices».
La psicopedagoga Toñi Morcillo solo tiene preguntas: «¿Y cómo impides que los más pequeños se junten, se rocen, se den la mano, compartan bocadillos o chucherías? ¿Y cómo evitas que un alumno chupe y muerda su lápiz y luego se lo preste al compañero, que también lo muerde y lo chupa? ¿Y cómo controlas que no toquen los libros de clase, los cuadernos, la barandilla de las escaleras…? Yo –afirma– lo veo realmente imposible».
La conciliación familiar, al traste
El mero planteamiento de que mientras algunos escolares asistan a clase otros reciban formación ‘online’ en sus casas está a punto de hacer saltar por los aires el actual modelo de conciliación familiar. «No es que la escuela tenga como misión principal conciliar, aunque, no nos engañemos, ayuda –argumenta la vicedecana de Innovación de la Facultad de Educación de Zaragoza, Alejandra Cortés–. Habrá que pensar en otras personas que eduquen a los niños mientras los padres teletrabajan o acuden a sus puestos de trabajo. Y todas las familias no pueden pagar a alguien que cuide de sus hijos». «Sin olvidar –interviene el experto en neuroeducación Martín Pinos– que, con el descenso de la ratio por aula, habría que duplicar jornadas con maestros, cuya conciliación familiar será tan complicada como la del resto de familias. Y no va a ser fácil».
ara encarar el problema, y teniendo muy presente la vaticinada ‘pandemia’ económica, el director de la escuela de Alpartir, Juan Antonio Rodríguez, apuesta por un plan de conciliación, que incluya a empresas, Dirección General de Familias y Consejería de Educación del Gobierno de Aragón.
De momento, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de la Escuela Pública de Aragón (Fapar) ya ha reclamado a la Administración la adaptación del curso 2020–2021 para garantizar la educación a todo el alumnado y la puesta en marcha urgente de un plan estatal por la conciliación para paliar los graves problemas que viven numerosas familias tras el cierre de centros educativos por la covid-19.
Fuente: www.heraldo.es