¿Cómo podemos sobrevivir a un suspenso?
Es la nota más temida. Puede llegar como una profecía cumplida después de dejarlo todo para el último momento o como un mazazo sorpresa tras largas tardes de estudio, libros y apuntes. Puede ser un sutil 4,9 o un rotundo cero. Sea como sea y aparezca como aparezca, el esfuerzo (o la falta de él) que haya detrás suele quedar sepultado bajo el peso de haber sacado un suspenso. No importa si llega en el colegio, el instituto o la universidad: quedarse a las puertas del aprobado en un examen o en una asignatura hacer saltar las alarmas, aunque no es ni mucho menos el fin del mundo. A continuación, tres claves para que el suspenso no se convierta en un drama, sino en una oportunidad para aprender más y mejor.
1. Preguntarse por qué
Los expertos coinciden en que después de un suspenso, hay una pregunta obligada que hacerse: ¿por qué? “Puedo tener cinco personas que han suspendido la misma asignatura y cada una lo habrá hecho por motivos diferentes”, resume Mónica Escalona, directora del centro psicopedagógico Zana, especializado en prestar ayuda a niños y adolescentes con problemas de aprendizaje. “No es habitual, por ejemplo, que los padres pregunten a sus hijos o a los profesores a qué creen que se debe el suspenso. Lo normal es la secuencia acción-reacción: después del suspenso, llega el castigo. O todo lo contrario, nos excusamos en que es el profesor, que nos tiene manía”.
Pero responder a esa pregunta es un primer paso fundamental, sobre todo porque en la mayoría de los casos el suspenso no es un problema en sí, sino un síntoma de que algo no funciona correctamente. Detrás de una mala nota se pueden esconder razones tan dispares como falta de motivación, problemas de ansiedad o incluso unos padres que supervisan en exceso las horas de estudio e impiden que su hijo desarrolle la autonomía suficiente para enfrentarse por sí mismo a un examen. “Puede ser que el alumno no esté poniendo de su parte, que en casa no le estén ayudando o incluso que sea culpa de la escuela, que no ofrece una actividad de aprendizaje interesante”, añade Guillermo Bautista, director del máster de Formación del profesorado de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que destaca la importancia de que los docentes también se hagan esa pregunta.
El porqué suele ser, sin embargo, diferente en cada etapa educativa. “En Secundaria, por ejemplo, hay muchos adolescentes que, de repente, descubren lo social. Coincide además con un momento en el que la exigencia académica aumenta mucho. A veces son episodios puntuales y los chavales por sí mismos salen del atolladero”, explica Mónica Escalona, del centro Zana. Pero puede ocurrir también que detrás haya algún problema de aprendizaje: “Si es un alumno al que siempre le ha costado aprobar y los padres han tenido que estar detrás para que sacara las asignaturas, puede tratarse de una dificultad de aprendizaje (dislexia, déficit de atención…) que viene desde Primaria y que hasta entonces no se había detectado porque la ayuda y la supervisión de los padres compensaban el problema, pero que en Secundaria saca la cara”, añade. La experta señala que en Primaria una nota insuficiente sí es más alarmante porque suele estar relacionada casi siempre con una dificultad de aprendizaje.
Otra historia es la universidad. Entre los tópicos de asignaturas donde el suspenso está asegurado y las leyendas de profesores que presumen de suspender a la mayoría de sus alumnos, emerge una cifra: de todos los créditos matriculados y presentados, el 13% no se aprueba, según datos del Ministerio de Educación. Aquí, las notas por debajo del 5 sorprenden sobre todo en el primer curso, incluso a alumnos que hasta el momento habían conseguido buenas calificaciones.
El cambio brusco (de ambiente, de profesores y compañeros, de metodologías…) respecto al instituto y el mayor nivel de independencia se traducen, a veces, en notas en rojo. “Algunos alumnos se llevan un auténtico shock cuando en el primer cuatrimestre suspenden muchas asignaturas”, señala José Antonio Ruiz, director de la Escuela de Psicología Aplicada de la Universidad de Murcia, en la que prestan ayuda a estudiantes en apuros. “Además, los estudios universitarios configuran una parte importante de nuestra identidad. De ahí que el fracaso académico en esta etapa pueda tener un impacto más profundo”.
2. Afrontarlo sin dramatizar
La reacción ante el suspenso depende de múltiples factores: la importancia del examen, el esfuerzo que se haya hecho por aprobar, la tolerancia de cada uno a la frustración… “Pero sobre todo depende del significado que ese suspenso tenga para el alumno”, explica José Antonio Ruiz, de la Universidad de Murcia. “Las personas no reaccionamos ante lo que las cosas son, sino ante lo que significan para nosotros”.
El primer consejo que dan los expertos es desdramatizar el suspenso: evitar que cunda el pánico. Ruiz añade otras tres claves para superarlo: trabajar la motivación, comenzar a emplear técnicas adecuadas de estudio y aprender a gestionar la ansiedad. La motivación, señala el experto, es el “motor” para salir del atolladero. Las técnicas de estudio permiten optimizar el esfuerzo, “aunque en cualquier caso hay que esforzarse”. Y la ansiedad está detrás de problemas como una escasa tolerancia a la frustración o la tendencia a tener pensamientos catastróficos —no soy capaz, si suspendí una vez voy a volver a hacerlo, y si hubiera hecho tal o cual cosa…— que nada tienen que ver con la realidad. “Es necesario aprender a relajarse”, aconseja el experto. “La relajación es como el paracetamol psicológico: vale para todo. Cuando gestionas y reduces tu nivel de activación, adquieres control sobre tus pensamientos”.
Mónica Escalona, del centro Zana, añade otro capítulo de consejos dirigidos a los padres, que suelen llegar a su consulta “con ansiedad y desorientados”. La experta explica que el error muchas veces está en que afrontan la situación de forma errática: “Tienen un trato ambivalente con sus hijos, que va de la protección al castigo o la presión para ver si reaccionan. Y el castigo no funciona: los chavales entran en un círculo muy negativo y, al contrario de lo que se busca, no hay cambios en su desarrollo académico”.
3. Convertir el error en una oportunidad
Además de preguntarse el porqué, los expertos coinciden en que es necesario ir un paso más allá y analizar qué ha ido mal y qué se debe hacer para corregirlo. “Es muy importante provocar la reflexión en los niños y los adolescentes”, destaca Guillermo Bautista, de la UOC. “Aunque es difícil que en esas etapas hagan autocrítica, puede ser un momento de aprendizaje para ellos. Y aquí es fundamental el papel de las familias, para ayudarles a que asuman esa responsabilidad”.
Hacerse responsables de lo ocurrido también es clave en opinión de José Antonio Ruiz, de la Universidad de Murcia. El experto distingue dos tipos de reacción: la de quien echa la culpa a otros —y el profesor suele estar en el centro de la diana— para mantener a salvo su autoestima; y la de los alumnos que siguen el proceso inverso, se atribuyen el error exclusivamente a ellos mismos y lo acompañan de sentimientos negativos: “Soy incapaz, soy inútil…”.
Escapar de esos dos extremos para analizar lo que está ocurriendo y averiguar lo que hay que cambiar es un paso necesario si se quiere convertir este fracaso académico puntual en una oportunidad de mejora. “Los errores nos dan la oportunidad de aprender. Suponen un momento para pararse, tratar de comprender cómo has llegado hasta ahí y reflexionar qué está ocurriendo y qué tenemos que cambiar”, resume Ruiz. “Venimos de modelos donde lo importante es la nota, pero en realidad el foco hay que ponerlo en el esfuerzo, que es lo que está dentro de nuestro control”.
Fuente: www.elmundo.es